Conferencia: María de Nazaret, maestra en el arte del discernimiento (Lc 1, 29.34; 2, 19.33.50-51)

31 de agosto, 202409:30 - 10:15Auditório
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“El discernimiento vocacional no se realiza en un acto puntual…; es un proceso largo, que se desarrolla en el tiempo, durante el cual es necesario mantener la atención a las indicaciones con las que el Señor precisa y específica una vocación que es exclusivamente personal e irrepetible… María misma progresa en la conciencia de su vocación a través de la meditación de las palabras que escucha y los eventos que le suceden, también los que no comprende (cf. Lc 2,50-51)”.63

Lucas nos ha dejado un retrato de la madre de Jesús que detalla, de modo paradigmático, que no es posible mantener fe en Dios y fidelidad a su proyecto sin mantenerse atento a cuanto sucede, en continuo discernimiento. Antes de ser llamada a convertirse en madre del hijo de Dios (Lc 1,26-38), lo mismo que cuando lo dio a luz en Belén (Lc 2,1-20), lo presentó a Dios a los cuarenta días en el templo (Lc 2,22-40) o se le extravió, ya adolescente, en Jerusalén (Lc 2,41-52), María permaneció atenta a cuanto Dios le iba pidiendo, sin pasarlo por alto solo porque no lo entendía (cf. Lc 1,29; 2,19.33.48.50-51).

Y es que haberse puesto al servicio del proyecto salvífico de Dios la obligó a recorrer un camino de fe en el que, a medida que en él progresaba, le iba resultando menos obvias e inmediatas y mucho más exigentes y dolorosas, las decisiones de Dios. Llegó a ser su madre tras preguntarse qué significaba lo que escuchaba (Lc 1,29) y aceptarlo (Lc 1,38). Tuvo que hacerse contemplativa para poder seguir siendo sierva y madre (Lc 2,19.33.51).

Para actuar su proyecto de salvación Dios precisa de creyentes que den acogida a su Palabra y entrañas a su Hijo. Es lo que reveló a María, cuando comunicándole su deseo de dar un salvador a su pueblo la propuso hacerla madre aun siendo virgen. Lo que aún no sabía María – y lo tuvo que ir aprendiendo durante toda su vida – fue que, una vez hecha sierva de Dios y engendrado el hijo en sus entrañas, no se libraría ya nunca de ambos. Ni cuando dé a luz al hijo de Dios en Belén (Lc 2,19), ni cuando su primogénito se vaya haciendo todo un hombre (Lc 2,40.52). Haber aceptado el proyecto de Dios obligó a María a vivir en continuo discernimiento, «conservando todo esto en su corazón» (Lc 2,51).

Mientras era llamada (Lc 1,26-38)

“En su ‘pequeñez’, la Virgen esposa prometida a José, experimenta la debilidad y la dificultad para comprender la misteriosa voluntad de Dios (cf. Lc 1,34). Ella también está llamada a vivir el éxodo de sí misma y de sus proyectos, aprendiendo a entregarse y a confiar… Consciente de que Dios está con ella, María abre su corazón al ‘Heme aquí’ y así inaugura el camino del Evangelio (cf. Lc 1,38)”.64

Es un error – bastante común, por cierto – considerar la maternidad divina como el culmen de la experiencia que María hizo de Dios. Nazaret no fue la meta del camino mariano de fe (cf. Hch 1,14) sino su punto de partida (Lc 1,26). Cuando Gabriel, emisario personal de Dios, confió a María su plan de salvación, la virgen de Nazaret se hallaba inmersa en una vida cotidiana de una humilde aldea rural (cf. Jn 1,46) 65, ya comprometida en otro proyecto, «desposada con un hombre llamado José» (Lc 1,26; cf. 2,5; Mt 1,23; Dt 22,23).66 Supo que Dios pensaba en salvar a su pueblo en el mismo momento en que conoció que Dios estaba contando con ella para hacerla madre de su Hijo.

El anuncio del nacimiento de Jesús coincidió, pues, con la invitación a ser madre de Dios. La salvación del pueblo, proyectada por Dios, concurría con la vocación de María, elegida de Dios. Que a Dios no le importara el obstáculo de su actual virginidad ni su compromiso matrimonial ya tomado, la privó de excusas en las que apoyar su resistencia. Y la ignorancia sobre cómo sería posible esa anunciada maternidad hizo ciega su obediencia en la omnipotencia divina (Lc 1,34-37). La bienaventuranza de María no estuvo en lograr ser madre de su Dios, sino en haberse fiado de él (cf. Lc 1,45; 11,27-28).67 Quien cree totalmente en Dios, lo crea, generándolo, de modo entrañable (Lc 1,38).

Crónica de un discernimiento

El relato de la anunciación presenta una estructura formal clara. A la presentación de los personajes (Lc 1,26-27) sigue aparición del ángel y su saludo (Lc 1,28-29); reacciona María preguntándose y el ángel le da a conocer el proyecto divino (Lc 1,30-34); una nueva pregunta de María motiva la aclaración del ángel y ésta, el asentimiento en María (Lc 1,35-38a). La entrada en escena del ángel (Lc 1,26a) y su salida (Lc 1,38b) cierran un episodio donde el enviado de Dios ha tenido siempre la iniciativa y María ha reaccionado en continua progresión, reflexionando en silencio (Lc 1,29), inquiriendo abiertamente (Lc 1,34) y terminando con el más completo asentimiento (Lc 1,38).

 

26 En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
28 El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 30 El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
34 Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
35 El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible».
38 María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

Tres veces el enviado le descubre a María el plan divino (Lc 1,26.30-33.35-38) y otras tantas ella reacciona, preguntándose, preguntando y aceptando (Lc 1,29.34.38).68 A la ulterior explicación de la propuesta por parte del Gabriel (Lc 1,35-37) corresponde María con una más completa aceptación de la demanda (Lc 1,39).

«Ella se turbó grandemente y se preguntaba qué saludo era aquel» (Lc 1,29).

Gabriel (cf. Lc 1,19) 69 abre el diálogo vocacional con María con un «alégrate» (Lc 1,28), que más que saludo (cf. Mt 26,49; 27,29; 28,9) es invitación a estar alegre (cf. Lc 1,14; 2,10),70 por una salvación que se anuncia (cf. Is 12,6; Sof 3,14-15; Zac 3,14-17; 9,9). Antes de que se le anuncie a ella un hijo y la salvación al pueblo, se le impone la dicha. La razón, haber encontrado gracia ante Dios. «Llena de gracia» es la parte del saludo angélico más sorprendente y prometedor. La dicha de la agraciada es el sentimiento apropiado de quien va a conocer que ha sido elegida por un Dios que está con ella antes – y para que – él esté en ella. «El Señor está contigo», que puede ser un simple saludo (Rut 2,4), expresa aquí la asistencia activa de Dios a personas que van a actuar en su nombre y son así sostenidas en el empeño; se le asegura la protección divina, porque se le va asignar una misión (cf. Éx 3,12; Jue 6,12.15-17).71

El saludo del ángel es tan insólito como la misión que va a introducir. Antes de desvelar a María lo que Dios quiere de ella le ha expresado cuánto la quiere: previo a darle la encomienda, le ha descubierto la elección. Gabriel habla de la gracia de Dios que la llena, no de los méritos de María;72 descubre así un comportamiento sorprendente, paradójico incluso, de un Dios, cuya benevolencia choca con las expectativas de sus fieles.

Las palabras, que no la visión, del ángel (cf. Lc 1,12), perturban a María (Lc 1,29); no entiende el motivo de tamaña alabanza. Su reacción es compleja, emotiva («se turbó grandemente») y racional («se preguntaba») al mismo tiempo; se intranquiliza pero pondera. La benevolencia divina, inesperada, le da que pensar. Un Dios tan gratificante la extraña: al barruntar lo que se le va a pedir – y ésa es la gracia que Dios le ha hecho – María ha comenzado a preocuparse (cf. Gén 15,1; 26,24; 28,30; Jer 1,8). 73

Su reacción, sin paralelo en los relatos de anunciación (cf. Jue 6,13), evidencia la madurez de su fe. Se pone a buscar el sentido de lo escuchado, afronta la nueva situación con mayor reflexión, considera las circunstancias en búsqueda de una conclusión (cf. Lc 3,15). No hay angustia, desazón o incredulidad. No entiende bien lo que se le ha dicho; se lo toma en serio. Mudo estupor y deseo de comprender señalan el inicio del discernimiento vocacional.

«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34).

A su deliberación responde el ángel revelándole lo que Dios espera de ella (Lc 1,30-33). Dios está por iniciar un diálogo con María que ella no había pedido; ni se lo hubiera podido imaginar siquiera. Antes de conocer lo que Dios dispone, María conoce que dispone de su benevolencia: «has encontrado gracia ante Dios» (Lc 1,30; cf. Gén 6,8; 19,16; Éx 33,12). Puede, pues, contar con Dios, sin saber aún para qué cuenta Dios con ella. La gracia dada precede la tarea por realizar: concebir, alumbrar e imponer el nombre al hijo de Dios.

El mensaje angélico se centra en el hijo por nacer de María. Dios lo tenía ya pensado antes de que la virgen pueda concebir; pero no “exige de ella nada que vaya en contra de su conciencia”.74 María reacciona sobriamente, sin entusiasmo ni dudas. No pide pruebas ni indaga sobre la posibilidad (cf. Lc 1,18); se pregunta sobre el modo en que se realizará la concepción en su actual estado: «¿cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34; cf. Gén 4,1.25).75 Permaneciendo virgen, no cree viable la propuesta de ser madre. Si se realiza, será puro don. Toma en serio el anuncio, tanto como para cuestionar el modo de realización.

Con su pregunta, pues, María no cuestiona el mensaje recibido, ni rechaza la tarea asignada; porque lo asume, se interroga. Piensa, y lo expresa preguntando, que no la puede llevar a cabo. Su impotencia confesada la hace “capaz” de acoger a Dios. La maternidad será, pues, pura gracia: el Espíritu, poder creador de Dios, se encargará de hacerla realidad: “el hijo de María es engendrado por Dios mismo… Jesús sigue siendo, desde luego, el hijo de María, es decir, un ser humano”.76

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38)

Pero sigue preguntando para mejor discernir; y preguntando, hace necesaria una ulterior explicación. Aún en medio de la revelación, María continúa discerniendo, pues no logra comprender el mensaje angélico, que se ha centrado en definir la personalidad del niño (Lc 1,32) y describir su misión futura (Lc 1,33).

Gabriel, yendo más allá de lo requerido, aclara el modo de la concepción del hijo prometido a María, declarándolo hijo del Altísimo (Lc 1,35). Confirma, además, lo extraordinario del nacimiento, aportando como confirmación la maternidad de Isabel (Lc 1,36), que ejemplariza el poder omnímodo de Dios (Lc 1,37; 18,27; cf. Gén 18,14; Jer 32,27; Zac 8,6). La pregunta de María, que no había pedido señal alguna, no demandaba apoyo para creer en el mensaje. Dios no le pide fe ciega. Y el ángel concede un signo que ratifica el mensaje: proclama el estado de buena esperanza de Isabel.

Emparentadas también por su incapacidad para la procreación,77 la maternidad de Isabel prueba, ahora que es visible, la posibilidad de la concepción virginal, pero nada más. Para que se realice, no basta la omnipotencia de Dios. Se precisa el consentimiento de su sierva; a ella corresponde la última palabra. Si creída, la palabra de Dios se vuelve creadora.

La fórmula con la que María asiente («he aquí la esclava del Señor», cf. Gén 30,34; Jos 2,21; Jue 11,10; Dan 14,9) revela su total aceptación. Pasa de depender del hombre de su vida a estar al servicio de su Dios, que en ella se hace hombre. Su «hágase» es un optativo, que expresa un intenso deseo. La virgen asiente a cuanto ha escuchado y deja que Dios, haciendo su querer, sea su Señor. El proyecto divino se verifica en el momento en que obtiene el consentimiento de su elegido. De hecho, a los pocos días será ya proclamada públicamente «la madre de mi Señor» (Lc 1,43).

Con todo, y hay que notarlo, el relato no se cierra mencionando la concepción del hijo. Termina declarando la disponibilidad de una virgen a ser madre. Es con lo que Dios omnipotente aún no contaba. Cuando obtuvo su consentimiento, inició su plan. Jesús no fue, como cualquier otro hombre, fruto de un encuentro de amor humano, sino de la confianza de Dios en una virgen (Lc 1,30-31) y de la obediencia de una sierva a su Dios (Lc 1,38).

Una relectura

En la crónica de la vocación de María Dios nos desvela cómo es. Recuerda no tanto lo que había hecho María 78 cuando Dios la llamó a su servicio. Deja ver, más bien, qué estaría dispuesto a hacer él por nosotros, si nos encontrara tan dispuestos como María. Dios ha dejado al alcance de sus siervos concebirlo. E invita a cuantos quiere a que se arriesgan y lo intenten. Repasando la vocación de María, podríamos sentirnos invitados por ese mismo Dios a echarle una mano, facilitándole de nuevo su entrada en el mundo. ¿O es que no necesita nuestro mundo a Dios? María lo logró escuchando a Dios sin entenderlo del todo, pero sin dejar de intentar comprenderlo.

El anuncio del nacimiento de Jesús coincidió con la invitación a ser madre de Dios. El relato descubre, pues, rasgos esenciales de toda vocación cristiana. Revela que Dios, cuando propone a alguien una misión especial, en realidad, está programando salvar a su pueblo. Por tener un proyecto de salvación, lo confía a quien quiere. Como la de María, toda vocación es, básicamente, un diálogo en el que Dios se revela, declarando su proyecto y dándole a conocer al llamado que cuenta con él. Cuanto el ángel dice a María, más que estupendas afirmaciones sobre su persona, que lo son, manifiesta la decisión que Dios ha tomado de salvar a su pueblo.

La de María, como cualquier auténtica vocación, comenzó y se realizó dialogando.79 Y culmina cuando – y si – se termina obedeciendo. María no inició la conversación; pero tampoco la rehuyó. Reaccionando siempre a las palabras de Gabriel, primero, se preguntó turbada (Lc 1,29); después, confesó que era incapaz de asumir la propuesta (Lc 1,34); para acabar, declarándose al servicio de un Dios que todo lo puede (Lc 1,37-38). En el corazón mismo de su diálogo vocacional María ha caminado desde el asombro sin palabras a la aceptación sin reserva, pasando por el reconocimiento de su propia ineptitud. Sin atenta escucha y discernimiento continuo, la virgen no hubiera llegado a ser madre…, ni Dios a tener el planeado hijo.

Antes de saberse llamada por Dios, María se supo agraciada. Previo a que ella optara por Dios, tuvo que aceptar que Dios había optado por ella. ¿Llama Dios porque nos quiere o nos llama para querernos? Si la gracia precede a la tarea, ¿no será cierto que toda vocación auténtica reconoce que el querer divino precede a sus exigencias? ¿Es, pues, legítimo el temor? (Lc 1,30) ¿Dónde surgen y se alimentan nuestros temores en nuestra vivencia vocacional? ¿Por qué no logra entusiasmarnos que Dios haya contado con nosotros y que contemos tanto para él? Quien se sabe llamado, se sabe agraciado; como María, encontrar la propia vocación es haber encontrado la gracia de Dios (cf. Lc 1,30).

Dios no llama para naderías. Llamó a María para lo imposible: ser madre permaneciendo virgen y dar a luz a su primogénito que era, en realidad, el unigénito de Dios. ¿Qué debería admirarse más la necesidad de Dios por encontrar una persona que se fíe de él, o la aceptación inmediata que hizo María del plan de Dios?

Dios propuso a María una maternidad, que ni cuadraba con sus intenciones, estando ya prometida (Lc 1,27), ni estaba entre sus posibilidades, pues era aún virgen (Lc 1,34). El hijo que le fue anunciado no iba a ser, en realidad, de ella («hijo del Dios Altísimo»: Lc 1,32.35.76) ni para ella («mesías de Israel»: Lc 1,32-33). El primer extrañado por los planes de Dios es quien primero los escucha. ¿Puede un llamado vivir su vocación sin que Dios lo extrañe, sin que le llame mínimamente la atención? Un Dios que no extraña es un Dios que no ha dado a conocer su designio salvífico.

Aceptada su designio y presente ya Dios en el seno de María, sale de su presencia el mensajero de Dios (Lc 1,28). Cuando Dios encuentra siervos, le sobran los enviados. Cuando el proyecto divino encuentra acogida, lo imposible se realiza: la virgen sierva empieza a ser madre de su Señor.80 La razón de la bienaventuranza mariana (Lc 1,45) no está, pues, en la maternidad divina, sino en su capacidad de acoger a Dios: no fue su proeza darlo a luz, sino asumir su incomprensible querer. Aunque le fue dada una señal (Lc 1,36-37), María era “una creyente a quien basta la palabra de Dios”.81 Para hacerse con Dios hay que acogerlo: fe, que es obediencia de sierva, es la forma de hacer propia la vocación a la que hemos sido llamados. Y en ello radica la felicidad (cf. Lc 1,45).

Como en los días de María, Dios sigue buscando a quien le preste fe y entrañas. No tiene el Dios de María otro modo de salvar al mundo que encarnándose. Ayer como hoy. El creyente, como María, no necesita para concebir a su Dios más que de fe. Para darle carne y hogar, para, haciéndolo humano, darlo a luz y darlo al mundo, no es preciso milagro mayor que una obediencia propia de siervos. Sólo poniéndonos totalmente a su servicio, lo haremos nuestro familiar: con el Dios de María, el siervo es el amo; el criado, el señor; la esclava, la madre.

Mientras realizaba la llamada (Lc 2,19.33.50-51)

“Cada joven puede descubrir en la vida de María el estilo de la escucha, la valentía de la fe, la profundidad del discernimiento y la dedicación al servicio (cf. Lc 1,39-45) […]. En sus ojos cada joven puede redescubrir la belleza del discernimiento, en su corazón puede experimentar la ternura de la intimidad y la valentía del testimonio y de la misión”.82

La presencia y el protagonismo de María son más evidentes en Lc 2 que en Lc 1. Los hechos que se recuerdan, centrados en la infancia y adolescencia de Jesús, silencian por completo a Juan Bautista y a sus padres, centrados como están en la familia de Jesús. Y son menos prodigiosos; ahora se anota con precisión, y repetidas veces, que la vida de la familia del hijo de Dios queda sujeta a la ley, sea de los hombres (Lc 2,1-5), sea de Dios (Lc 2,22-24.39.41-42). La salvación de Dios entra de lleno en la historia mundial. Nacimiento, infancia y adolescencia de Jesús señalan los hitos de un camino de discernimiento, que tuvo que recorrer María para mantenerse creyente. Dios le irá diciendo lo que de ella espera de forma siempre más tenue e indirecta, pero cada vez mucho más exigente.

Un discernimiento que no hay que dar nunca por acabado

La relación de María con Dios, iniciada tras la aceptación de su vocación, no acabaría, como hubiera sido de esperar, dando a luz al hijo de Dios. Prestado su consentimiento – y el propio cuerpo – una sola vez, la sierva de Dios no logrará ya verse jamás libre de su Señor. María, que se había declarado dispuesta solo a gestar al hijo de Dios, irá descubriendo poco a poco, y sin muchas luces, nuevas tareas y penas mayores.

Apenas había dado a luz al Hijo de Dios (Lc 2,1-20)

Lucas narra el nacimiento de Jesús con “una concisión, sencillez y sobriedad, que queda en sensible contraste con la significación del hecho” 83 (Lc 2,4-7). El contraste se hace así más evidente: en Belén (cf. Mt 2,1-6) no hay vecinos ni parientes que se alegren con la madre (cf. Lc 1,58) y en la ciudad de David (Miq 5,1) no hay sitio para un recién nacido, a pesar de ser proclamado como «el Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Más que en el hecho mismo, el narrador se centra en las circunstancias que lo rodearon, sea el censo imperial que motiva el viaje a Belén (Lc 2,1-3),84 sea la presencia de los pastores que velaban esa noche (Lc 2,8-20). No puede ser más neta la disparidad entre el triunfal anuncio de los ángeles (Lc 2,9-14) y las circunstancias del nacimiento (Lc 2,6-7). Para el narrador, es decisivo que “María ha tenido un verdadero embarazo y Jesús, un verdadero nacimiento”.85

La estructura del relato es sencilla. Al nacimiento en Belén (Lc 2,1-7; cf. Mt 2,1) sigue la proclamación angélica a los pastores (Lc 2,8-14), quienes constatan lo sucedido y testimonian su alcance (Lc 2,15-20). El signo que se les da enlaza las tres escenas (Lc 2,7.12.16: un recién nacido, «envuelto en pañales y acostado en un pesebre»). En el centro del relato está el mensaje angélico dirigido a los pastores (Lc 2,10-12), el tercero dentro del relato lucano de la infancia de Jesús (cf. Lc 1,11-20.28-37). Que el recién nacido, acostado en un pesebre, sea identificado como «el Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11) supera todo lo imaginable.86

1 Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. 2 Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. 3 Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. 4 También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, 5 para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta.
6 Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo:
«No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
13 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:
14 «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros:
«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado».
16 Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. 18 Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. 19 María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

El cronista apenas se demora narrando el nacimiento de Jesús. Anota con sorprendente neutralidad los detalles (Lc 2,6-7), tras haber justificado con mayor amplitud el traslado a Belén de María en estado (Lc 2,1-5) y alargando notablemente su relato con el anuncio de su nacimiento a unos pastores (Lc 2,8-20). Se narra el hecho de un nacimiento (Lc 2,6-7), que, como signo que dará sentido a la historia humana (Lc 2,11-12), es verificado por gente sencilla, unos pastores. Narrativamente la manifestación angélica sirve para dar por cumplida la promesa divina hecha a María (cf. Lc 2,11-13).87 El mensajero de Dios lo anuncia, los pastores lo ven y lo proclaman. Pero la madre fue ella directa destinataria del anuncio evangélico. María tiene que oír «la buena noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10) de boca unos desconocidos que, por su trabajo, pasaban en vigilia la noche y no eran, por ello, bien vistos.88

Recién nacido, el hijo de María no ha encontrado techo ni en una posada (Lc 2,7). Es acogido, pero no como el rey anunciado (Lc 1,32-33), tampoco como niño bien nacido (Lc 2,7). Cuando, y con razón, podría haberse ufanado de haber cumplido la misión, María no oye voces de ángeles, recibe información de unos pastores, gente considerada en su tiempo no muy merecedora de confianza (Bill 2,113-114). Son unos pastores que han sido evangelizados por ángeles, quienes, a su vez, ‘evangelizarán’ a los padres de Jesús. ¿Puede extrañar que tenga que guardar en el corazón, para allí escudriñarlo, cuanto sucede ante sus ojos? (cf. Lc 8,4-15).89

«María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19)

No es la madre de Jesús, ¡ya es curioso!, la protagonista en la crónica del alumbramiento. María aparece sólo al principio (Lc 2,5-7) y al final (Lc 2,16-19). Al encuadrar el nacimiento dentro del obligado viaje a Belén,90 María tiene que dar a luz en la más completa soledad, lejos de los suyos y ajena a la habitual alegría que causa una nueva vida (cf. Lc 1,57-58). Más aún, si antes los anuncios angélicos se habían dirigido a quienes recibían la misión divina (Zacarías: Lc 1,11-20; María: Lc 1,28-33), ahora son unos desconocidos los destinatarios del mensaje de un enviado del Señor sin nombre (Lc 2,10; cf. 1,11.26).

Evangelizados, los pastores no buscan algo desconocido, siguen una indicación precisa, un signo: un bebé sobre un pesebre (Lc 2,12).91 Dejan de ser simples oyentes y, sin dilación y por su pronta obediencia, se tornan testigos oculares: solo gente sencilla puede identificar un niño arropado en un establo como el Salvador (Lc 2,11; cf. 2,30; Hch 5,31; 13,23). Comprobada su veracidad, se convierten en evangelizadores, los primeros (Lc 2,17.10), de los padres de Jesús.

Tras dar a luz, María no ha recibido de Gabriel anuncio alguno. Ni entenderá lo que le transmitan los pastores, que representan a esos pobres que serán destinatarios prioritarios de la misión evangelizadora de Jesús (cf. Lc 4,18). Pero, a diferencia de todos, que se maravillan (Lc 2,18), ella mantiene una actitud de permanente búsqueda de sentido (Lc 2,19). Más que meditar o atesorar lo que acontece, lo indaga e interpreta. No rechaza lo que no comprende. Soporta lo que no alcanza a entender. En lugar de quedarse simplemente sorprendida por su Dios, busca entrar en el misterio, activando la inteligencia del corazón.92

Antes de concebir al hijo de Dios, Dios le había enviado un enviado. Tras el alumbramiento, cumplida la misión, se le envían unos hombres. La evangelizada por Gabriel para ser madre, es evangelizada por unos pastores ahora, tras serlo. A mayor familiaridad con Dios, menor cercanía de él experimenta. La madre de Jesús tendrá que guardar con cuidado los hechos, lo visto y oído, y evaluarlos detenidamente: “María no interpreta con su entendimiento (noūs), sino con su voluntad y afectividad: en su corazón”. 93

Parece como si, dando a luz a Dios, María tuviera que hacerle de madre sin muchas luces: alumbrar a Dios ha entenebrecido su vida. Es un paso más en su proceso personal de discernimiento: en Lc 1,29 se preguntaba; en Lc 1,34 interrogó; ahora aquí, en Lc 2,19, penetra, dándole vueltas en su cabeza; 94 finalmente, en Lc 2,51 guardará en la memoria.

Al presentar a su primogénito a Dios (Lc 2,22-40)

De la infancia de Jesús, propiamente dicha, Lucas elige sólo tres acontecimientos significativos: su circuncisión e imposición del nombre (Lc 2,21; cf. 1,59;95 Gén 17,10-13),96 su presentación (Lc 2,22-40) y su pérdida y hallazgo, ambos en el templo (Lc 2,41-50). Su crónica remata con un sumario que vuelve a insistir en la actitud contemplativa de María, al acompañar el crecimiento de Jesús (Lc 2,51-52).

La presentación del niño en el templo a los ocho días no era preceptiva (Lv 12,3), como tampoco la visita anual por pascua antes de la mayoría de edad. Pero Lucas insistirá en que, siguiendo la normativa legal (Lc 2,22.23.24.27), es como María tiene que discernir la voluntad del Dios del que se ha declarado esclava. María debe aprender a ver y tocar, como Simeón (cf. Lc 2,30.28), la salvación de Dios a través del fiel cumplimiento de la ley. Lucas, además, tiene interés en que sea en Jerusalén (cf. Lc 9,51.53; 13,22.23; 17,11; 18,31; 19,11; 24,47.49.52; Hch 1,8), donde se reconozca al infante el «Salvador», luz de las naciones y gloria de Israel (Lc 2,30) y que, ya adolescente, Jesús se proclame hijo de Dios (Lc 2,49).

La presentación de Jesús en el templo tiene tres escenas, encuadradas por una introducción (Lc 2,21) y una conclusión narrativa (Lc 2,39-40). Ambos extremos se refieren a la vida del niño y la presentan del todo normal. Lo que se narra entre ellos descubre el plan de Dios, que solo captan ojos de quien esperan ver la salvación de Dios y corazón de quien tiene su Espíritu.

La primera escena (Lc 2,22-24) sitúa la acción en el templo y justifica la presencia de la familia de Jesús en él, preparando el encuentro con los dos ancianos. El narrador da más relieve a la imposición del nombre que a la circuncisión; los padres le ponen el nombre elegido por el ángel. La segunda (Lc 2,25-35) presenta a Simeón y su oración profética, en realidad un himno a Dios (Lc 2,29-32) y una profecía para María (Lc 2,34-35). En la tercera (Lc 2,36-38), la anciana Ana, que vive ante Dios y para él, aparece como alabado a Dios y proclamando a Jesús como el esperado libertador.

21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción 22 Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», 24 y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
25 Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27 Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz 30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos: 32 luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción 35 —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, 37 y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 38 Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
39 Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. niño, por su parte, iba creciendo y 40 robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Cumplir con la ley de Moisés lleva a María a Jerusalén, dos veces. La primera, siendo Jesús infante de días (Lc 2,22.39). La segunda, poco antes de inaugurar su mayoría de edad (Lc 2,41-42). Esas dos subidas a Jerusalén marcan infancia y adolescencia de Jesús, tiempo para madurar como hombre bajo el imperio de la ley de Dios. Crece su hijo como hijo de Dios (Lc 2,40.52), mientras su madre vive sometida a la ley Dios (Lc 2,22.23.24.39.41.42; cf. Lev 12,6-8; Éx 13,1.13; Núm 18,15-16). La obediencia al querer de Dios no exime a María del puntual seguimiento de su voluntad escrita. Madre, por ser sierva, María educa con sus actos a su hijo en la obediencia a la ley de Dios (Lc 2,39).97

«Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño» (Lc 2,33)

A los cuarenta días del alumbramiento, la madre debía purificarse, no siendo su impureza moral sino ritual (Lev 12,8) y el niño ser consagrado a Dios, en cumplimiento de la ley, y plenamente integrado en el pueblo de Dios (Lc 2,22-24; Núm 18,15). En el templo de Jerusalén les esperaba, de nuevo, el buen Dios…, y no muy buenas noticias.

Un creyente justo, que ha envejecido sin perder la esperanza de ver al «Mesías del Señor» (Lc 2,26), es ahora el portavoz de Dios. Su Espíritu está en él (Lc 2,25.26.27). El relato se demora en describirlo: vive esperando la consolación de su pueblo (Lc 2,38; cf. 23,50-51); tiene el Espíritu de Dios, quien lo conduce al templo el mismo día en que la obediencia a la ley había llevado allí a los padres de Jesús. No hay, pues, fortuna ni azar, sino gobierno divino de la historia humana (cf. Lc 4,1.14-18), aunque de forma diferenciada: al templo va Simeón y ve al «Salvador» (Lc 2,30); sus padres, en cambio, a cumplir con Dios, «según la ley de Moisés» (Lc 2,22).

Teniendo a Jesús niño en los brazos no le resulta difícil al anciano Simeón, «hombre justo y piadoso» (Lc 2,25; cf. Hch 2,5; 8,2; 22,12), alabar a un Dios que le ha dado más consolación de cuanta le había prometido. Más que «ver al Mesías» prometido (Lc 2,26), toca, teniéndolo «entre sus brazos» (Lc 2,28), al esperado Salvador, un niño. La salvación palpada es mayor que la solo vislumbrada; la ofrecida, mejor que la esperada. Pero la salvación, entrevista ahora en el templo (Lc 2,29-32), poco tiene que ver – si es que algo – con la anunciada por el ángel en Nazaret (Lc 1,30-33), o por los pastores en Belén (Lc 2,10-14).

Y es que las previsiones sobre el niño empeoran notablemente. Tras la alabanza a Dios que tanto maravilló a los padres de Jesús (Lc 2,33), viene la sombría profecía sobre el hijo y la madre. «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción» (Lc 2,34). Jesús va a dividir a su pueblo, cuestionando su seguridad; ante él no será posible permanecer imparcial. Sin solución de continuidad Simeón añade lo que ello implica a su madre. «Y a ti misma una espada te traspasará el alma» (Lc 2,35; cf. Ez 14,17). El destino del hijo salpica a la madre. A María se le dividirá el corazón, ante el rechazo que sufrirá su hijo: a la división producida en el mundo se añade una gran pena en su corazón. 98

Simeón anuncia que Jesús se ha de convertir en tropiezo y contradicción en Israel (cf. Hch 28,26-28); frente a él no va a ser posible la neutralidad ni la indiferencia. No es esto lo que esperaba Israel, ni lo que se le indicó a María con anterioridad (cf. Lc 1,31-33). No se libera la madre del hijo ni de su negro porvenir, ser contradicción y escándalo para el pueblo (cf. Is 8,14-15). Como, y con su hijo, María estará al centro de la repulsa o acogida que Israel dispensará a Jesús.

La imagen de la espada que divide el alma (cf. Job 26,25) alude a un constante dolor, a un desgarro interior. El rechazo que va a sufrir su hijo partirá su alma. La madre de Jesús vivirá su existencia profundamente herida. Su familiaridad con Dios no le ahorrará una vida desgarrada. ¡Una espada en el corazón es el salario del servicio a Dios bien cumplido! María se pierde como mujer, por no perder, como madre, al hijo, ni, como creyente, a Dios. Un Dios bien servido impone mayores servidumbres con menores apoyos. ¿O es que podía ser de otro modo?

Satisfecha la ley por entero, vuelve la familia de Jesús a Galilea (Lc 2,40; cf. Mt 2,23), “poniendo así fin a la historia de la infancia de Jesús, en sentido estricto”.99 Como ya el Bautista (cf. Lc 1,80), Jesús no deja de crecer en Nazaret como hombre en familia y ante Dios como hijo. Con tanta brevedad como acierto se resumen doce años de la infancia de Jesús. Madurez humana y totalidad de gracia se hacen compatibles en el hogar, en la vida diaria. Y por mucho que crezca, el hijo se va asemejando más a su madre (Lc 1,28.30) en la posesión de la gracia de Dios (Lc 2,40).

Adolescente, Jesús se le pierde como hijo a María, que lo reencuentra Hijo de Dios (Lc 2,41-52)

Una peregrinación al templo, cuando Jesús está por estrenar mayoría de edad legal, concluye de forma lógica el relato de su infancia (Lc 2,41-50; cf. Éx 23,14-17; Dt 16,16). Pero el episodio, enmarcado dentro de dos sumarios (Lc 2,40.52), no se centra ni en el viaje de ida a Jerusalén ni en la celebración de la Pascua, sino en cuanto sucede a continuación: la pérdida de Jesús en el templo (Lc 2,41-52). Lucas, único evangelista que recuerda este incidente, lleva a su final sorprendente un relato que comenzó con un infante en brazos de María (Lc 2,12.16): el recién nacido (Lc 2,17.27-40), hijo de María (Lc 2,43), ¡termina por declararse a sí mismo hijo de Dios (Lc 2,49)!

Como en el episodio anterior (Lc 2,21-39), el templo es el lugar central de la manifestación del misterio personal de Jesús. Y se presenta estructurado siguiendo el mismo modelo: subida a Jerusalén (Lc 2,42; cf. 2,22), revelación de Jesús (Lc 2,46-47; cf. 2,30-31), comentario sobre la madre (Lc 2,48; cf. 2,39), regreso a Nazaret (Lc 2,51; cf. 2,39). El centro del relato está en la doble pregunta de Jesús a su madre (Lc 2,48), quien no logra comprender la razón de cuanto sucede (Lc 2,50), de la imperiosa necesidad de que sucediera (Lc 2,49).

41 Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. 42 Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre 43 y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44 Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45 al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. 46 Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. 48 Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
49 Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». 50 Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
51 Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. 52 Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Públicamente, en el templo de Jerusalén, Jesús deja de ser hijo de María y José para declararse hijo de Dios. Es la primera palabra –será también última, cf. Lc 24,49 – que Jesús, apenas rozada la mayoría de edad, pronuncia en el templo, durante la pascua. Como con su última afirmación se declara hijo de Dios, con plena conciencia de su misión: no solo reclama una íntima relación don Dios, proclama también su personal compromiso con el proyecto del Padre; y lo hace apenas le había mencionado su madre la angustia de José, su padre (Lc 2,48). Lo que anunció el ángel (Lc 2,1-20) y vio Simeón (Lc 2,21-22), es confirmado ahora por el mismo Jesús, aún adolescente (Lc 2,41-51). Su sabiduría humana puede ir creciendo aún (Lc 2,52), pero ya sabe lo fundamental, que Dios es su Padre (Lc 2,49).

«No comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2,50-52).

Como judíos piadosos, los padres de Jesús solían ir a Jerusalén por pascua. Que llevaran a su hijo señala su piedad personal y cierta preocupación educativa.100 La ausencia de Jesús durante el regreso pasa, en un primer momento, desapercibida (Lc 2,44). No se aduce ahora la razón de la permanencia de Jesús en el templo, aunque sea, después, deducible de su respuesta (Lc 2,49b: «yo debía estar en las cosas de mi Padre?»). No pasa la primera jornada sin que sus padres se percaten de su ausencia. Tres días de angustiada búsqueda (Lc 2,48) logran dar con él. Hallarlo en el templo, entre maestros, «asombrados por su talento» (Lc 2, 47), deja atónitos, y aún más confundidos, a sus padres.

Pero el hijo adolescente no se había perdido, optó por quedarse en la casa de su Padre (cf. Jn 2,17), mejor, tenía que hacerlo, aunque ocasionara dolor a sus padres. La respuesta de Jesús fue menos comprensible aun que su comportamiento. Enfáticamente, con dos preguntas, cuestiona la postura de la madre; le da a entender preguntando, no se opone afirmando. Ni la búsqueda, ni la angustia, están justificadas, porque ni se había extraviado…, ¡ni ya les pertenecía! No fue la casualidad sino el deber que se separó de ellos. Jesús no hizo lo que quiso, sino aquello que de él se quería. Se debe a Dios Padre. Y no se pierde cuando de sus cosas se ocupa. Deberse al Padre y a sus intereses libera a Jesús de la patria potestad de su familia, tiene prioridad sobre las relaciones más sagradas (Lc 2,49). Sus padres tendrían que comprender que su filiación divina le ha impuesto desligarse de ellos y de sus expectativas (cf. Mt 16,23; Jn 8,29; 9,4; 14,31).

Nada de extraordinario, pues, que los angustiados padres quedaran desconcertados al hallarlo en el templo, «sentado en medio de los maestros» (Lc 2,48), y no entendieran palabra de cuanto les dijo su hijo (Lc 2,50); pudieron sentirse decepcionados, si no engañados (cf. Gén 12,8; 20,9; 29,25; Éx 14,11; Jue 15,11). Ni la maternidad virginal, ni la estrecha convivencia diaria, hizo a María más accesible la persona y el destino de su hijo. Como cualquier creyente, María pasó por la anécdota, no por común menos dolorosa, de que se le extraviara Jesús. Después de tres días de angustiosa búsqueda, creyó haberlo recuperado…, para tener que aceptar, a renglón seguido, haberlo perdido, esta vez sí, definitivamente (Lc 2,48-49).

Adolescente aún, proclamó Padre a Dios (Lc 2,49), como lo volverá a hacer antes de morir (Lc 23,46). Y no fue lo peor para María que tuviera que ver en su hijo al hijo de Dios, sino que, a partir de entonces, tendría que convivir con un hijo que se sabía, y así se quería, de Dios (Lc 2,49). Sin contarlo, Lucas nos da a entender María vivió esa situación durante años, desde la adolescencia de Jesús hasta el inicio de su ministerio público (cf. Lc 3,23). La madre, para seguir siéndolo (cf. Lc 8,19-21; 11,27-28), tuvo que hacerse más creyente,101 atesorando «en su corazón todas esas cosas» (Lc 2,51) que no comprendía con la mente. ¿Es casual que ésta sea la última reacción de María en el relato de la infancia de Jesús?

La filiación divina, reivindicada tan temprano por Jesús, no le eximió de vivir sometido a sus padres la mayor parte de su vida (cf. Lc 4,22; Mc 6,3; Mt 13,55). Vuelve con sus padres a Nazaret y vive bajo su patria potestad. Tal regreso, tras una declaración tan rotunda de su identidad, hace más extraordinario lo ordinario: el sometimiento a unos padres, que no son, bien mirado, su Padre. A María no le pasa desapercibido lo que ocurre: su hijo madura como hombre e hijo de Dios, simultáneamente. Y aunque no lo entiende, tampoco lo olvida. En el corazón guarda lo sucedido: lo que le pasa no pasa de largo, sin incidencias, sin dejarle huellas (Lc 2,51b). 102

Crece ante ella el hijo, como hombre. Junto a él, debe crecer ella como creyente. Convivir con Dios sin entenderlo es la forma mariana de no perderlo (Lc 2,19; cf. 8,19-21; 11,27-28). Mientras tanto, Jesús sigue progresando en sabiduría (Lc 2,52), madurez y gracia ante Dios y los hombres. María acompaña, madre siempre, el crecimiento de su hijo con el crecimiento de su fe. En el largo silencio de Nazaret se hace hombre Dios y en el seno de una familia aprende a ser hombre. Ambos procesos acontecen bajo la mirada callada y contemplativa de María, la madre de Jesús.

Una relectura

María pudo sentirse un tanto sorprendida, si es que no incómoda con su Dios. Tan solo se le había propuesto engendrar al hijo de Dios; únicamente asintió a ello. Por eso, bien podía esperar volver a su antiguo proyecto de vida (Lc 1,28: «virgen desposada con un hombre llamado José») una vez realizado el de Dios (Lc 1,31: «concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús»). No fue así. Tendrá que iniciar una aventura con Dios allí donde pudo creer que la había concluido. Dios no suelta con facilidad a sus mejores siervos. Quien le promete obediencia está “perdido”.

Una nueva etapa de fe, abierta y sustentada por un continuo discernimiento, se abre cuando María, estrenada su maternidad en Belén, tiene que oír de boca de unos desconocidos el sentido que Dios da al nacimiento de su hijo. Los pastores, gente sencilla y marginada, son los elegidos por Dios para recibir en primicia el evangelio… y evangelizar, después, a la madre de Jesús; ellos son “la personificación de una actitud de espontánea credulidad ante el mensaje que se les acaba de transmitir”.103 Solo los sencillos pueden identificar a todo un Dios en el niño que reposa en un pesebre sin perder la fe.

Por no escandalizarse de un Dios tan insignificante se vuelven en evangelizadores de María. Y la madre de Dios reacciona dejándose evangelizar por los que Dios eligió y a los que le envió (Lc 1,12.15-16). A diferencia de los pastores, que marchan alabado a Dios, y de la gente, que se queda maravillada de lo que ellos contaron, María intenta llegar al sentido más profundo de lo que ha vivido y de lo que le han narrado. Y sin dejar de indagar personalmente cuanto Dios le está diciendo en lo que acontece, se empeña en ver las cosas con el corazón. Guarda cuanto le sucede y no comprende allí, donde nadie puede entrar sino solo Dios (cf. Mt 6,6). No fue por entender con la mente sino por contener en el corazón como María discernía, contemplando, es decir, “comprende y experimente en su carne lo que cree”.104

El Dios que no se entiende puede resultar insignificante e inservible, siempre que no se tenga el coraje de mantenerlo como objeto de contemplación. Mirarlo todo con cariño y guardarlo con atención es el método mariano de quedarse con el Dios que, por hacérsenos algo pequeño o demasiado normal, no logramos comprender. No podremos, quizá, como María dar cuerpo a Dios. Pero, al menos, podríamos atrevernos a mirarlo y adorarlo con el corazón: allí es donde cabe un Dios tan entrañable como incomprensible.

Cumplidos los días de purificación, los padres de Jesús presentaron su primogénito a Dios en el templo en obediencia a la ley (Lc 2,22). Al hacerlo María bien pudo dar por cumplida la misión que había aceptado, dar un hijo a Dios (Lc 1,31.35). Tuvo que aprender que difícilmente se escapa de Dios quien le dio un día crédito. En el templo le esperaban quienes, en nombre de Dios, le desvelarían el futuro de su hijo y el suyo propio. Causa sorpresa, cuando no incomprensión, que Dios vuelva a dar a conocer a María su porvenir por medio de dos personas desconocidas. Que habría de dar vida al hijo de Dios se lo anunció un ángel (Lc 1,31-32). Que su vida estaría transida de dolor se lo dijeron unos extraños (Lc 2,34-35).

En Jerusalén, y durante una peregrinación por Pascua (Lc 2,41-42), a María se le extravió su hijo adolescente. La convivencia con Jesús se le iba haciendo cada vez más penosa, menos tranquila… ¿Quién ha dicho que la familiaridad con Dios ha de resultar placentera y sin sobresaltos? Resulta consolador que María haya pasado por esa experiencia, tan habitual en nosotros, de perder a Dios.105 Un Dios que puede extraviársenos, ¿no merecerá mayores cuidados? Un Dios que podemos perder, y en el Templo, ¿no nos obligará a atenderlo mejor? Pasar por la experiencia de su pérdida no debe ser una vivencia negativa ni, mucho menos, traumática, si caemos en la cuenta de que fue una experiencia mariana. ¿O es que acaso no consuela saberse compañero de la madre de Dios en esos momentos en los que nos sabemos dónde ha ido a parar Dios?

Pero si nos consuela saber que María perdió también a Jesús un día, debería inspirarnos más aún su febril búsqueda hasta dar con él. No se contentó con echarlo en falta y lamentar su ausencia. Ni se excusó al saber que ella no era la responsable. Se puso inmediatamente a buscarlo entre familiares y amigos y lo encontró – ¿podría ser de otro modo? – en el templo, hablando de Dios. ¿Somos así de industriosos nosotros, cuando perdemos a Dios? ¿Soportamos su ausencia de nuestras vidas, sólo porque nos parece que no debería habernos abandonado o que no está siendo demasiado justo escondiéndose de nosotros? ¿Dónde lo buscamos?

El hallazgo de Jesús no fue un final feliz para María.106 La respuesta de Jesús a la queja de su madre (Lc 2,48: «¿por qué nos has tratado así?») fue, por lo menos, desconsiderada (Lc 2,49: «¿Por qué me buscabais?»). María no vio respetado su dolor, ni valorada su angustia. Y no entendió al hijo, pues no lo recuperó del todo, cuando lo encontró; comenzó a perderlo mientras él se quería hijo de Dios. Pero lo aceptó como él quería ser, ante todo y frente a todos, el hijo de Dios. Era su deber inexcusable, su destino ahora asumido (Lc 2,49: deī). Tuvo que acompañar el crecimiento de su hijo y su autoconciencia divina con el crecimiento de su fe personal.107 ¿Hay otro método de acompañar a Dios en vida? ¿Se puede convivir con Dios en casa sin fe total en el corazón?

María nos recuerda que Dios puede siempre pedirnos más de cuanto le dimos ya. El deber cumplido no libera de la obediencia por venir. Ser madre de Dios no la hizo más dichosa de lo que era antes, pero sí que la mantuvo más cerca de su hijo. Él será motivo de tropiezo y ella, madre dolorosa. Dios no deja a nadie que le haya permitido entrar en la propia vida. Y lo que es peor, nunca dice todo lo que quiere de uno de una vez; lo va manifestando paso a paso y por mediaciones menos imponentes. Presenta sus nuevas exigencias, después de que se hayan cumplido las previas: “a cada descubrimiento sigue un nuevo enigma”.108 Superada la prueba de la obediencia (Lc 1,38.45), María inició un proceso de aprendizaje, marcado por la incomprensión (Lc 2,19.51), no exento de dolor (Lc 2,35) ni inmune a la soledad (Lc 8,20-21).

Así, pedagógicamente, sin abrumar con tareas acumuladas Dios favorece que el creyente se mantenga en estado de continua obediencia. Bien es verdad que no todos soportamos esa pedagogía, ni el ritmo, de Dios. Y en ello estriba la diferencia. María, aunque madre, siempre se mantuvo sierva de su Dios. ¿Estaremos dispuestos a aprender de María?

63 SINODO DE LOS OBISPOS, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento preparatorio (=DP), nº. 3.
64 DP, III, 5.
65 “Pueblo pequeño de unos 500 habitantes, situado en la baja Galilea…, en un entorno muy fértil. Sus moradores eran seguramente agricultores, por cuenta ajena… Los que no se dedicaban a la agricultura eran modestos artesanos” (Isabel GÓMEZ ACEBO, Lucas, Estella, Verbo Divino, 2010, 39).
66 La tradición evangélica menciona a José siempre en relación con el origen de Jesús (Lc 1,27; 2,4.16; 3,23; 4,22; Mt 1,16-24; 2,13.19; Jn 1,45; 6,42). El linaje davídico del esposo de María (Lc 2,5; cf. 2 Sam 7,1-17), legitima, anticipadamente, la filiación davídica de Jesús (Mt 9,27; 12,23; 15,22; 20,30.31; 21,9.15; Mc 10,47-48/Lc 18,38-39). Ningún autor del NT afirma que María fuera de la estirpe de David.
67 Dios llama a María “como instrumento de su plan y la lleva por un proceso para el que no ha tenido formación o preparación previas. Dios simplemente le promete estar con ella durante toda la experiencia y ella responde con su buena disposición” (Darrel L. Bock, Lucas. Del texto bíblico a una aplicación contemporánea, Miami, Editorial Vida, 2011, 57).
68 “La respuesta normal al saludo del ángel es un silencio desasosegado (v. 29), y «no temas», el estímulo esperado (v. 30). Las dudas (o, como aquí, la pregunta, v. 34) son una reacción habitual a un mensaje divino, que forzosamente pilla a uno de sorpresa. Según las reglas, el ángel promete un signo (v. 34), que es al mismo tiempo la respuesta a la pregunta” (François Bovon, El evangelio según San Lucas. I. Lc 1-9, Salamanca, Sígueme, 1995, 105).
69 Gabriel se aparece a Zacarías para decirle, sin haberlo saludado, que su ruego ha sido escuchado y tendrá un hijo (Lc 1,11-13); en cambio, es enviado a María y, tras saludarla, llega a decirle, que, sin pedirlo, ha encontrado gracia ante Dios (Lc 1,26-28). La diferencia es notable.
70 Cf. Juan J. Bartolomé, “‘Alégrate, agraciada’ (Lc 1,28). La alegría de ser llamada”, Ephemerides Mariologicae 60 (2010) 217-229.
71 “Both as a woman and a young person, Mary had virtually no social status. Neither the title (‘favored’ or ‘graced one’) nor the promise (‘the Lord is with you’) was traditional in greetings, even had she been a person of status” (Craig S. Keener, The IVP Bible Background Commentary. New Testament, IVP Academic, Downers Grove, Ill., 22004, 181).
72 La palabra «gracia» “carga el acento en la fuente de la bondad más que en sus efectos. Por lo que se refiere a María, en concreto, señala que es objeto de la gracia y el favor de Dios” (Carroll Stuhlmueller, “Evangelio según san Lucas”, Raymond E. Brown – Joseph A. FITZMYER – Roland E. Murphy, eds., Comentario Bíblico San Jerónimo. III, Nuevo Testamento 1, Madrid, Cristiandad, 1971, 314).
73 Semejante reacción podría indicar también que María intuyera, al menos inicialmente, lo que tales palabras implicaban. Y es que, de otro modo, no se entendería bien su turbación (cf. Mt 2,2-3).
74 Joseph Schmidt, El evangelio según San Lucas, Barcelona, Herder, 1968, 63.
75 María no publica su intención de permanecer virgen. La fórmula no expresa propósito para el futuro, más bien levanta acta del estado actual (cf. Gén 4,1). Ni la virginidad era una ideal de vida para una mujer judía, ni es lógico suponer que María, que estaba ya desposada (Lc 1,28), lo habría adoptado. Más inverosímil aún, por no tener apoyo alguno en los datos bíblicos a disposición, sería suponer que antes del anuncio se hubiera puesto de acuerdo la pareja (cf. Mt 1,18.20).
76 Bovon, Lucas. I, 115.
77 Lc 1,7.36: Isabel era estéril y es anciana; Lc 1,34: María es virgen. Ambas, y mientras lo sean, son incapaces de procrear, es decir, de realizar por sí mismas lo que les había prometido el ángel.
78 “Joseph is a son of David, but Mary has not yet joined his household and thus has no claim on his inherited status… She is not introduced in any way that would recommend her to us as particularly noteworthy or deserving of favor divine… Nothing has prepared her (or the reader) for this visit from an archangel or for such exalted words denoting God’s favor” (Joel B. Green, The Gospel of Luke, Grand Rapids – Cambridge, W. E. Eerdmans, 1997, 86).
79 Todos los relatos bíblicos de vocación se presentan – con mayor o menor claridad – como diálogo que Dios abre con quien elige y encomienda una misión. Es él quien se compromete con el llamado y le facilita incluso la respuesta que de él pide. Responder a ese diálogo posibilita acceder a Dios Padre, tener a Dios por hijo y poseer a Dios como Espíritu que facilita lo imposible. Ni más ni menos.
80 “In describing herself as the Lord’s servant (cf. 1:48), she acknowledges her submission to God’s purpose, but also her role in assisting the purpose” (Green, Luke, 92).
81 Raymond E. Brown – Karl P. Donfried – Joseph A. Fitzmyer – John Reumann, María en el Nuevo Testamento. Una evaluación conjunta de estudiosos católicos y protestantes, Salamanca, Sígueme, 21986 127.
82 DP, III.5.
83 Schmidt, Lucas, 92.
84 Es incierta la vinculación del nacimiento de Jesús en Belén con el censo de Cirino, que habría tenido lugar en torno al 6 d. C. (Hch 5,37; Josefo, Ant. 17,13,5; 18,1.1). No existe – aún – evidencia sobre un censo universal bajo Augusto (27 a. C. – 14 d. C.) ni sobre la obligación de los contribuyentes a empadronarse en el lugar de sus antepasados; usual era que se registraran en el sitio donde tuvieran posesiones o su domicilio. Cf. Joseph A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. II. Madrid, Cristiandad, 1986, 208-218. Según Keener, “pottery samples suggest a recent migration of people form the Bethlehem area to Nazareth around the period, so Joseph and many other settlers in Galilee may have hailed from Judea. Joseph’s legal residences is apparently still Bethlehem, where he had been raised” (Commentary, 185).
85 Bovon, Lucas. I, 176.
86 “En el nacimiento de Jesús reina la soledad. La sombra de la cruz se proyecta ya sobre estos primeros días de su vida” (Luis F. García-Viana, “Evangelio según san Lucas”, en Santiago Guijarro – Miguel Salvador (eds.), Comentario al Nuevo Testamento, Madrid, Casa de la Biblia, 1995, 196).
87 Los motivos paralelos son evidentes: aparición angélica (Lc 1,26; 2,10), no temas/temáis (Lc 1,30; 2,10), dar a luz (Lc 1,31; 2,11), Salvador (Lc 1,31; 2,11), Hijo del Altísimo, Mesías (Lc 1,32; 2,11), trono/ciudad de David (Lc 1,32; 2,11), signo (Lc 1,36; 2,12), desaparición angélica (Lc 1,38; 2,15).
88 A diferencia de Mateo, quien hace que unos sabios paganos busquen al rey de los judíos con intención de adorarlo (Mt 2,1-2), Lucas, más sensible con los desclasados, prefiere que unos pastores, gente marginal en Israel, escuchen de un ángel la buena noticia (Lc 2,10).
89 “Nothing very glorious is suggested by the circumstances of the Messiah’s birth. But that is Luke’s manner, to show how God’s fidelity is worked out in human events even when appearances seem to deny his presence or power” (Luke T. Johnson, The Gospel of Luke, Liturgical Press, Collegeville, 1991, 52).
90 Lc 2, 1-5 sitúa el nacimiento de Jesús en Belén dentro de la historia universal y, a diferencia de Mt 2,5-6, en cumplimiento de una decisión política, no del anuncio profético (Miq 5,1-3).
91 “Mediante los signos, se respetan la transcendencia de Dios y la independencia de su acción; pero el signo presenta al mismo tiempo… que Dios actúa ciertamente en medio de este mundo” (Bovon, Lucas. I, 184). La diferencia con los magos del relato de Mateo, es evidente: los pastores en Lucas no tienen necesidad de preguntar (Mt 2,1-2), porque se les ha revelado (Lc 2,11); no caminan, inciertos, siguiendo estrellas en el cielo (Mt 2,9-10), porque sabían que lo encontrarían «envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).
92 “‘Amazement’ is not tantamount to faith… This is the response of the undifferentiated crowds in 2:18, but not of Mary. For her, more reflection is needed in order to appreciate fully the meaning of this concurrence of events” (Green, Luke, 138).
93 Bovon, Lucas. I, 191. María “oyó la palabra de la manera que Dios quiere” (Alois Stöger, El evangelio según San Lucas. I, Barcelona, Herder, 1979, 87).
94 “This last expression has sometimes been interpreted as coming to a right understanding of its significance. More likely, however, is Luke’s narrative it retains the idea of puzzlement. Here and in the episode in the temple, Mary has not yet come to a complete understanding of the significance of Jesus” (E. Franklin, “Luke”, John Barton – John Muddiman, eds., The Oxford Bible Commentary, Oxford, University Press, 2001, 929).
95 A diferencia de Juan, que recibe el nombre de Zacarías, su padre, una vez nacido (Lc 1,63), los padres de Jesús le pusieron el nombre que el ángel les había dado, antes de ser concebido (Lc 2,21). Lucas, además, silencia el ritual del rescate de Jesús como primogénito (cf. Éx 13,2.12-13).
96 Además de por sus padres (Lc 2,21), en Lucas Jesús es llamado por su propio nombre solo por el endemoniado de Gerasa (Lc 8,28), los diez leprosos (Lc 17,13), el ciego de Jericó (Lc 18,38) y el buen ladrón (Lc 23,42); todos ellos personas a quienes salvó.
97 “This closing remark reminds us that Jesus will be reared in a home headed by parents who stand on the side of God’s purpose” (Green, Luke, 152).
98 Hay quien sugiere que la división y controversia que suscitará Jesús durante su ministerio público es compartida por María: “como parte de Israel, debe ser juzgada por su reacción última hacia el niño puesto para caída y alzamiento de muchos” (Brown – Donfried – Fitzmyer – Reuman, María, 155). También ella “la creyente modelo, tendrá que decidirse en favor o en contra de la revelación de Dios en Jesús; los vínculos familiares no suscitan la fe” (Robert J. Karris, “Evangelio según Lucas”, en Raymond E. Brown – Joseph A. Fitzmyer – Roland E. Murphy, eds., Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento y artículos temáticos, Estella, Verbo Divino, 2004, 146). Pero no parece justificado ver aquí algún “tipo de duda cristológica en el corazón de María”; más bien, se predice que “la obra pública de Jesús tendrá consecuencias personales” (Bovon, Lucas. I, 214).
99 Schmidt, Lucas, 114.
100 No había unanimidad sobre el deber de participar en la peregrinación que incumbía mujeres y niños (cf. Bill 2,141-142).
101 En Lc 2,19 syntērein, preservar, guardar, describe la reacción de María, en Lc 2,51 se usa diatērein, un sinónimo que apunta más a la duración; su utilización en Gén 37,11; Dn 4,28 señalaría “la perplejidad interna de una persona que intenta comprender el significado profundo de lo que le han contado” (Fitzmyer, Lucas. II, 233).
102 “María no captó de inmediato todo lo oído, pero escuchaba de grado, dejando que los acontecimientos calaran en su memoria, e intentando extraer de ellos un significado… La idea de su crecimiento en cuanto creyente cuadraría también a 2,51, donde guarda en su corazón palabras difíciles de Jesús, que encierran una reprensión para ella” (Brown – Donfried – Fitzmyer – Reuman, María, 150).
103 Fitzmyer, Lucas. II, 205. “They were peasants, located toward the bottom of the scale of power and privilege… Good news comes to peasants, not rulers; the lowly are lifted up” (Green, Luke, 130-131).
104 Bovon, Lucas. I, 192.
105 “What readers cannot identify with the shock, anguish, and confusion of the parents, or the tension felt by the adolescent between piety owed parents and the pull of a higher vocation?” (Johnson, Luke, 60).
106 Más aún para José, quien, a partir de este momento, desaparece del relato, y de la vida de Jesús.
107 “María experimentará en su propia carne el significado de esa división familiar que el cumplimiento de la misión de su hijo va a traer como consecuencia; su relación con Jesús no va a limitarse al ámbito puramente maternal, sino que implicará una vinculación trascendente, superior a los lazos de carne y sangre, es decir, la fidelidad del discípulo” (Fitzmyer, Lucas. II, 248).
108 Stöger, Lucas. I, 106.

Ponente

Foto do Pe. Juan Bartolomé, SDB

P. Juan José Bartolomé

Horario y lugar

  • 31 de Agosto, 2024
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