La devoción a Nuestra Señora Auxiliadora es, en la tradición católica, una de las expresiones más fuertes de fe y amor a la Virgen María. A lo largo de los siglos, María Auxiliadora ha sido fuente de protección, consuelo e inspiración para muchos miles de fieles, y especialmente para los miembros de la Familia Salesiana en todo el mundo.
La devoción a Nuestra Señora Auxiliadora se remonta a los primeros siglos del cristianismo, pero cobró especial fuerza en el siglo XVI, durante el período de las persecuciones religiosas. El título de «Auxilio de los Cristianos» fue invocado con entusiasmo por el Papa Pío V en 1571, cuando pidió la intercesión de María para proteger a la Europa cristiana de la amenaza del avance otomano. La victoria cristiana en la batalla de Lepanto se atribuyó a la ayuda de la Virgen y, en agradecimiento, el Papa declaró el 7 de octubre fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Fue ya en el siglo XIX cuando la devoción a Nuestra Señora Auxiliadora adquirió una dimensión aún más profunda y universal. En 1814, el Papa Pío VII, a su regreso triunfal a Roma tras haber sido encarcelado por Napoleón Bonaparte, atribuyó su liberación y el renacimiento de la Iglesia a la intervención de María Auxiliadora. El título se oficializó en 1816 con la instauración de la fiesta litúrgica de Nuestra Señora Auxiliadora el 24 de mayo, fecha que hoy celebra la Iglesia en todo el mundo.
Don Bosco: la difusión de la devoción
Don Bosco fue sin duda el responsable de la difusión mundial de la devoción a Nuestra Señora Auxiliadora. A mediados del siglo XIX, Don Bosco, inspirado por sueños y visiones que asociaban a María con su trabajo con los jóvenes pobres de Turín (Italia), eligió a Nuestra Señora Auxiliadora como patrona de su obra. La llamaba cariñosamente «La Gran Madre».
Con una confianza inquebrantable en la intercesión de María Auxiliadora, Don Bosco le atribuyó innumerables gracias y milagros a lo largo de su misión educativa y pastoral. En 1868, el santo salesiano construyó en Turín la Basílica de María Auxiliadora, un santuario que se convertiría en el centro espiritual de la devoción a la Virgen Auxiliadora. Desde entonces, la Basílica es lugar de peregrinación y oración, donde miles de fieles experimentan la protección y la ayuda de María Auxiliadora.
Don Bosco creía profundamente que la devoción a María Auxiliadora era un poderoso medio para llegar a los jóvenes y conducirlos a la fe y a la virtud. «Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son los milagros», decía resumiendo su confianza en la intercesión de la Madre de Dios.
El espíritu de confianza y compromiso de Don Bosco se transmitió a la Familia Salesiana, que sigue promoviendo la devoción a María Auxiliadora. Para la Familia Salesiana, Nuestra Señora Auxiliadora no es sólo madre y protectora, sino también maestra que nos enseña a caminar en la fe, la humildad y la caridad. Ella es el modelo perfecto de discipulado, aquella que vivió plenamente la voluntad de Dios y que, por tanto, se convierte en la mejor guía para quienes desean seguir el camino de Cristo.
María Auxiliadora: una devoción actual
La devoción a Nuestra Señora Auxiliadora es especialmente significativa porque presenta a María como una madre amorosa y protectora que acompaña a sus hijos en las batallas de la vida. Para los devotos, es la madre que intercede ante su Hijo, Jesucristo, y que ofrece ayuda y consuelo en la adversidad.
Su imagen, representada con el Niño Jesús en brazos y un cetro en la mano, simboliza el poder de intercesión de la Madre de Dios. Es una madre atenta, siempre dispuesta a ayudar y proteger a sus hijos, especialmente en los momentos de peligro y de prueba.
En un mundo marcado por crisis, incertidumbres y desafíos, la devoción a Nuestra Señora Auxiliadora sigue siendo fuente de esperanza y confianza para muchos devotos. María es así el faro que guía a los cristianos a través de las tormentas de la vida, recordándonos que nunca estamos solos, porque tenemos una Madre que intercede por nosotros ante su Hijo.
La devoción a la Virgen Auxiliadora es una invitación para que todos nos dirijamos a María con amor y confianza, seguros de que Ella nos guiará siempre. Que, como Don Bosco, confiemos plenamente en su intercesión, testimoniando al mundo las maravillas que puede realizar la fe.