Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna Dios no envió su Hijo al mundo para condenarlo sino para salvarlo por medio de él.
(Jn 3, 16-17)
El sueño de los nueve años parece que tiene lugar en un patio de un oratorio salesiano cualquiera del mundo. No estamos en el monte de la contemplación y tampoco en el espacio sagrado del templo. Juanito se encuentra cerca de casa en un patio bastante amplio, rebosante de muchachos, que él mismo reconoció posteriormente como lugar familiar al lado de su casa de I Becchi. Un lugar donde no hay soledad, sino multitud; se encuentran muchachos por todos los sitios, y no tienen una fisonomía angélica, sino concreta: juegan y riñen, se divierten alegremente, aunque no pocos blasfeman. La primera reacción instintiva es la de emplear la fuerza para hacerlos mejores. Para ayudarles a comportarse adecuadamente. En el patio aparece una hombre luminoso y distinto, indicando cuál debe ser la actitud adecuada para con los muchachos. Y después, también una señora vestida de luz.
Juanito se halla en medio, como mediador entre los bullangueros muchachos y la figura potente del hombre y después de la señora, que le invitan a ponerse al frente de los compañeros como su leader positivo y propositivo. Le ofrecen un estilo de acción –“no con los golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad– y le animan a instruirles sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud. Ante la imposibilidad de educarles, el hombre remite a la señora indicada al muchacho como una maestra: “Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad”. Es Ella, en efecto, quien le indica el campo donde ha de trabajar y la metodología que emplear: “He aquí tu campo, he aquí donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto”. María es, desde el principio interpelada por el nacimiento de un nuevo carisma, en cuanto que es exactamente su especialidad: portar en el seno y dar a luz.
La reciprocidad entre estas figuras – por una parte, los muchachos, y por otra, el Señor (al que se añade luego la Madre) – son el mensaje más importante del sueño.
El encuentro entre la vulnerabilidad de los jóvenes y el poder del Señor, entre su necesidad de salvación y su oferte de gracia, entre su deseo de alegría y su don de vida deben convertirse en el centro de sus pensamientos, en el espacio de su identidad. La partitura de su vida estará toda ella escrita en la tonalidad que este tema generador le presenta: modularlo en todas sus potencialidades armónicas será su misión, en la que deberá volcar todas sus dotes de naturaleza y gracia1.
El lugar privilegiado del encuentro entre los jóvenes y Dios, es el patio, la tierra sagrada de la encarnación del carisma de Don Bosco para todos los tiempos y para cualquier situación. Dios viene al mundo de los jóvenes, que en el sueño está representado por el patio donde juegan, se divierten y viven también experiencias negativas de contraste y altercados. No en otro lugar, sino que quiere estar entre ellos en el espacio de su recreo cotidiano.
La proposición de la “estrategia de la encarnación” es clara: Dios no espera que los hombres se acerquen a Él, sino que les envía su Hijo a ellos. Del mismo modo el sueño coloca a Juanito, de manera natural e indiscutible, en el lugar habitual de vida de los jóvenes. Él será llamado así, a evangelizar los modos ordinarios de crecimiento de los jóvenes:
El patio presenta, pues, la cercanía de la gracia divina al “sentir” de los jóvenes: para acogerla no hay que salir de la propia edad, descuidar sus exigencias, forzar los ritmos. Cuando Don Bosco, ya adulto, escriba en el Joven cristiano que uno de los engaños del demonio es hacer pensar a los jóvenes que la santidad es incompatible con su necesidad de estar alegres y con la exuberante frescura de su vitalidad, no hará otra cosa que restituir, de forma madura, la lección intuida en el sueño y convertida después en un elemento central de su magisterio espiritual. El patio proclama al mismo tiempo la necesidad de entender la educación partiendo de su núcleo más profundo, que remite a la actitud del corazón para con Dios. Allí, nos dice el sueño, no hay solo un espacio de una apertura a la gracia, sino también el abismo de una resistencia, en la que anida la fealdad del mal y la violencia del pecado. Por ello el horizonte educativo del sueño es francamente religioso, y no solo filantrópico, y pone en escena la simbólica de la conversión, y no solo la del desarrollo de sí mismo. En el patio del sueño, rebosante de muchachos y habitado por el Señor, se revela pues, a Juanito la que será en el futuro la dinámica pedagógica y espiritual de los patios oratorianos2.
El horizonte de la misión es, pues, religioso, no filantrópico. Dios es la verdadera necesidad del hombre, el deseo de Dios es el auténtico deseo de todo hombre. Por esto el oratorio salesiano asume la obra educativa como obra de Dios, y la pedagogía salesiana es pedagogía de la gracia, allí donde las cosas, los instrumentos, las actividades, las estrategias, las competencias no son fin a sí mismas, sino para interpretar la vida como vocación y misión.
Don Enrico Stasi – SDB